Discurso en el acto de lanzamiento del
"Premio Evaristo García", Cali. Noviembre 23, 2000
Evaristo García, Pelayo Correa y Roger Bacon

Rodrigo Guerrero, M.D., Dr. P.H.
Profesor Emérito (r), Escuela de Salud Pública, Universidad del Valle, Cali.

En esta solemne ocasión, donde hacemos honor a un ilustre vallecaucano, Evaristo García Piedrahíta, cuyos descendientes al crear un premio que lleve su nombre, quisieron poner de ejemplo a las nuevas generaciones, y donde tendremos la oportunidad de escuchar los trabajos de un destacado investigador y compatriota, Pelayo Correa, he querido hacer unas brevísimas reflexiones sobre el elemento común que hay en ambos personajes. Y, al hacerlo, ha venido a mi mente, Roger Bacon, un fraile franciscano, que antecedió por varios siglos a las dos personalidades mencionadas pero que, al igual que ellos, compartía una actitud hacia la naturaleza y practicaba un método semejante para llegar al conocimiento de la realidad.

Es bueno reflexionar sobre ese método en especial hoy en día cuando la pseudociencia aparece amenazante en los ámbitos académicos. Tal es el caso del postmodernismo con su tesis de que la realidad no existe, sino que todo lo construimos en nuestra mente. Muchos postmodernistas cubren de un ropaje matemático a sus elucubraciones, como el conocido psiquiatra francés Jacques Lacan, quien llegó a la "conclusión matemática" que el número imaginario, raíz cuadrada de &endash;1, ¡¡¡no puede ser otro sino el órgano sexual masculino!!! Varios de ellos llegan al extremo de afirmar, p. e., que la constante matemática PI, es un constructo social1. Tal es el caso de la astrología, que ya tiene entrada a los ambientes cultos y aun a ciertas esferas de algunos gobiernos. Tal es el caso de las variantes de la medicina alopática, la medicina llamada orgánica o naturista y la curación pránica, que tienen ya adeptos aun en los medios universitarios. Tal es el caso de las pseudo religiones, la Nueva Era, la meditación trascendental, que se suponen confieren poderes extraordinarios a la mente de quienes las practican. Todas estas manifestaciones mencionadas y muchas otras más, si bien son brillantemente expuestas y por personalidades destacadas, están reñidas con la actitud hacia el conocimiento que practicaron Evaristo García y que ejerce en forma por demás brillante Pelayo Correa.

Se preguntarán algunos de ustedes porqué. Estarán inquietos por ver dónde está escondida la diferencia. Evaristo, Pelayo y todos los seguidores del método científico, parten de la observación y todos sus resultados, así como sus hipótesis científicas se corroboran al medirlas contra ella. Su gran esfuerzo y su empeño constante es el lograr a través del estudio, del experimento, entender la realidad. Saben de las limitadas capacidades de la mente humana, de los prejuicios o sesgos que llevan a falsear la realidad para amoldarla a los deseos del investigador. No creen en la autoridad de las personas sino en las formas como ellas llegan a sus conclusiones. El método es más importante que la autoridad de quien lo afirma. Los seguidores de este método, los científicos, son siempre desconfiados, conocen sus limitaciones y se ponen trampas o se inventan diseños como los estudios de doble ciego, para disminuir las fallas de la mente. No contentos con eso, exigen que otras personas, independientes, encuentren lo mismo que ellos. Y aun después de todas estas etapas están siempre dispuestos a corregir las interpretaciones cuando mejores técnicas de observación revocan las observaciones originales. Los científicos verdaderos son siempre humildes porque conocen la complejidad de su tarea y saben de sus limitaciones.

El avance tecnológico de Occidente se debe sin duda a la adopción de esta aproximación o método como forma de adquirir el conocimiento. Digo avance tecnológico, porque quiero dejar claro que este método infelizmente no es tan bueno en otras áreas de la vida del hombre y, el desarrollo que hoy vivimos se acompaña de guerras, depravaciones y violencia, indicadores de un subdesarrollo moral, área en la cual el método científico, aporta poco.

El método científico experimental, se puede remontar claramente a los filósofos de la naturaleza, que florecieron entre los siglos V y IV antes de Cristo. Uno de los primeros fue Tales de Mileto, en Asia Menor, y de quien se dice que como conocía su estatura pudo calcular la altura de las pirámides de Egipto al medir su sombra y las de la pirámide en un mismo momento y hacer una regla de tres2. También se cuenta de él que, cansado de escuchar que la filosofía (que en ese momento era sinónimo de ciencia) no tenía mucha utilidad para hacer dinero, tomó en arriendo anticipado todas las prensas de uva de su región al comienzo de un año para el que sus conocimientos le auguraban una buena cosecha. Cuando vino la época de la vendimia las realquiló e hizo una generosa utilidad. Tales pudo decir a sus coterráneos de Mileto, que él no hacía dinero porque estaba dedicado a otras actividades más importantes, ¡no porque fuera incapaz de hacerlo!

Aristóteles, de Macedonia, es también considerado como creador y seguidor de esta forma de entender la realidad. Aristóteles, fue gran sistematizador del conocimiento de entonces (hizo la primera escala nominal de los seres de la naturaleza: inanimados y vivos y dentro de éstos las plantas y los animales). Aristóteles describió las etapas de observación, inducción y deducción que constituyen las bases del método científico. Para completar este brevísimo e incompleto repaso de los filósofos griegos, debo mencionar a Hipócrates, de la isla de Cos, cuya gran contribución fue el proponer que las causas de las enfermedades no había que buscarlas en razones sobrenaturales y propuso el estudio del entorno de las ciudades, de sus fuentes de agua, de los hábitos de vida de sus habitantes, como la forma de entender la enfermedad, y así se anticipó en muchos siglos al movimiento de ciudades saludables.

Haciendo un salto en el tiempo y omitiendo mencionar a los árabes, gracias a los cuales se pudo conservar la tradición científica griega, quiero llegar al siglo XIII, plena edad media, para mencionar a Roger Bacon (quien es confundido con frecuencia con Francis Bacon, filósofo y político del siglo XVI, quien también hizo contribuciones valiosas al método científico), nacido en 1214 en Inglaterra3. Fue a la Universidad de Oxford, en la época en que se acostumbraba mandar los jóvenes a la edad de 12 ó 13 años, pero no hay evidencia de que hubiera recibido el título de doctor, ni en estudios eclesiásticos ni en medicina. No se sabe ni cuándo ni porqué ingresó a la Orden Franciscana pero parece que lo hizo ya en edad madura, cuando estaba en París y después de haber gastado una fortuna cuantiosa, según sus propias palabras, en la compra de libros secretos y en la ejecución de experimentos, cálculo de tablas matemáticas, entre otros. Por su pluma crítica se granjeó muchos enemigos entre los cuales estuvo Alberto Magno, franciscano también, y quien en alguna oportunidad se quejaba de "aquellos que leen los trabajos de otros con el único fin de encontrarles error". Se entretuvo Bacon en la fabricación de lentes ópticos, en el estudio de la alquimia, en la que posiblemente creía y sobre la cual escribió un libro; se ocupó de la pólvora y del estudio de la hipnosis y de la magia (la cual siempre interpretó como fuerzas naturales aunque desconocidas).

En una de sus obras más conocidas, Opus Maius, Bacon afirma que una de las razones que dificulta el desarrollo de la verdadera filosofía entre los latinos, es la dependencia en la autoridad, la aceptación de las prácticas establecidas, el peso desmedido a la opinión popular y el escondimiento de la verdadera sabiduría bajo el manto del conocimiento. En contraposición a las tesis de la época, afirmaba que la verdadera filosofía llega al conocimiento del Creador a través del conocimiento de la creación. Sus puntos de vista, si bien no compartidos por la Orden Franciscana, le valieron el apoyo del papa Clemente IV, quien lo nombró entre sus asesores. Su actitud siempre crítica de la autoridad no basada en la ciencia, y sus denuncias temerarias le ganaron muchos enemigos dentro y fuera de la Orden Franciscana. Muerto Clemente IV, fue acusado de mago y astrólogo y confinado en prisión donde permaneció por quince años; fue liberado por causa de la mala salud, y en ese mismo año de 1294 murió en Oxford. Dicen que en su lecho de muerte dijo: "me arrepiento de haber dedicado tanto tiempo a destruir la ignorancia".

En una carta sobre el Maravilloso poder del arte y la naturaleza y la nulidad de la magia, Bacon hace una descripción anticipada de la medicina psicosomática y del "efecto placebo". Al hablar de los ungüentos y pócimas tenidos como mágicos dice: "Debe prestárseles atención, pues en manos de quienes practican la medicina pueden ser de utilidad, no porque sean efectivos en sí mismos, sino porque facilitan el que se tomen los verdaderos remedios y porque reactivan el espíritu del paciente. El espíritu es todopoderoso sobre el cuerpo a través de sus efluvios y el deseo del espíritu se convierte en esperanza sobre la enfermedad. La naturaleza obedece los pensamientos y los deseos vehementes del alma, como enseñó Avicena".

En cuanto a las matemáticas, ciencia que consideraba de fundamental importancia, afirmaba que eran "la puerta y la llave de las ciencias naturales", eran el "verdadero alfabeto de la filosofía" y sin ellas los físicos estarían maniatados, pues las ciencias naturales son en última instancia, matemáticas.

Se ocupó en el estudio de la piedra imán, tenida en ese entonces como mágica y concluyó que esa atracción del hierro, como muchas otras cosas, constituía una de las muchas maravillas de la naturaleza. Estudió y descifró los misterios de la pólvora pero consideró que el científico estaba en el derecho de ocultar (o de conservar para la posteridad de manera cifrada) sus secretos a fin de evitar su mal uso por parte de los necios. Si Alfredo Nobel o los científicos de la Operación Manhattan, que desarrollaron la bomba atómica, hubieran seguido sus consejos, tendríamos un mundo diferente.

Revisando el libro, en buena hora publicado por los descendientes, puede apreciarse de manera muy clara en los trabajos de Evaristo García su enfoque científico en el estudio de los problemas no sólo en los de salud, como lo demuestra su "Monografía sobre el plátano", clásica en el tema botánico y económico4.

En 1885 describe una nueva enfermedad hasta entonces desconocida en Colombia, la cual presenta un conjunto de síntomas insólitos cuyo diagnóstico diferencial la distingue de la mielitis, la parálisis sifilítica, el alcoholismo crónico y el impaludismo caquéctico. Juiciosamente anota que sólo se observa en habitantes de un trayecto de 33 millas entre Buenaventura y Córdoba (estación del camino de hierro en construcción). Describe las condiciones climáticas de las localidades donde ocurre. Analiza los síntomas, en su forma paralítica, edematosa y mixta. Cita la literatura conocida en el Brasil, donde también se ha presentado esta nueva enfermedad. En la descripción anatomopatológica observa en las autopsias que existe "cierto grado de reblandecimiento del parénquima medular y líquidos serosos depositados en mayor o menor cantidad debajo de las envolturas de la médula". Observa que "estas lesiones constantes en todas las formas explican el predominio notable de los síntomas nerviosos, paraplejía, adormecimientos, calambres, flojedad en las piernas".

En este primer momento Evaristo García se apunta a la causalidad palúdica. Recomienda una fórmula a base de quina y digital, pero observa que "un buen número de pacientes se mejoran sólo con la influencia del clima y de los baños fríos en el río Cali, con mejor habitación y alimentos nutritivos". Sin embargo tres años después, en 1888, observando la impotencia de la quinina, concluye que no se puede evocar el envenenamiento por miasmas palúdicos y citando los trabajos de profesores brasileños y franceses llega a la conclusión que esta dolencia (que estoy seguro ya todos ustedes han identificado como el beriberi) es debida a la alimentación que tiene su origen en el uso como alimento de arroz alterado. Observa como los pueblos "orizófagos" como los chinos, japoneses, hindúes pagan mayor tributo a esta enfermedad. Anota que en Buenaventura y Córdoba hay gran consumo de arroz importado de California y traído en saquitos de estera preparados en la China.

Estos breves apartes son una muestra que describe el valor científico de Evaristo García. Más que sus hallazgos y aciertos, lo digno de destacar es su adhesión obsesiva, propia del método científico, a la observación meticulosa. Cuando, después de tres años, encuentra que la quinina no cura esa enfermedad, abandona sin ninguna dificultad, la hipótesis palúdica que había sostenido hasta el momento y abraza la nutricional, porque explica mejor los hallazgos. Su constante contacto con los encuentros de otras latitudes es también ejemplo de la necesaria amplitud mental indispensable en todo científico. De él se puede decir, lo mismo que de Aristóteles y de Hipócrates, que fueron grandes no por la exactitud de sus hallazgos sino por el énfasis que pusieron en el análisis de la evidencia disponible en el momento. Fueron grandes por el desarrollo y la aplicación de un método, de una forma de pensar.

Podría tomar muchas más citas de interés, dentro del excelente repertorio científico de Evaristo el cual recomiendo leer a todos ustedes herederos y cultores del mismo método, pero no quiero extenderme en ellas esta noche, fatigándolos con citas en lo que debe ser una ocasión de amistad y contento. Quiero resumir diciendo que estamos de nuevo, como en la Edad Media, en la época de Roger Bacon, viviendo en una de especial oscuridad intelectual donde las afirmaciones oscuras, los hallazgos extraterrestres, las curaciones maravillosas con tratamientos esotéricos, han vuelto a proliferar. Pero si queremos continuar en la ruta del progreso debemos aplicar en todos los casos, las reglas del método científico: sólo cuando estos hallazgos hayan sido así validados, los podremos aceptar como ciertos. El no proceder así, es volver al oscurantismo y retroceder muchos siglos.

¡¡Que Tales de Mileto, Aristóteles de Estagira, Bacon de Oxford, Evaristo de Cali y Pelayo de Sonsón, nos iluminen!!

REFERENCIAS

1. Sokal AD, Bricmont J. Fashionable nonsense: postmodern intellectuals' abuse of science. New York: Picador Press, 1955.

2. Sagan C. Cosmos. New York: Random House, 1980.

3. Bacon R. Philosophy of nature: a critical edition. Lindbergh DC (ed.). South Bend. Indiana: St. Agustine Press, 1998.

4. García E. Escritos escogidos. Cali: Fundación Evaristo García, 1994.